De nada me sirven,
estas cuatro patas,
que quieta estoy siempre,
sobre mí, el durmiente.
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Dicen que quien lo tiene es muy gracioso, se sacude en la mesa contra lo soso.
Cuando te veo me ves, cuando me ves te veo, y no te parezco feo.
Ni corre, ni vuela, pero siempre te precede, cuando vas o cuando llegas.
Poseo dientes y ojos y para hacerme trabajar me has de meter en cerrojos.
Caja llena de soldados, todos largos y delgados, con gorritos colorados.
Tiene un ojo y nada ve, por abrir no es cosa dura, sin embargo por cerrar, sí que cierra y sí que es dura.
Un campo bien labrado no gasta reja ni arado.
Ruedo y ruedo, y en los bolsillos me quedo.
Dicen que tiene y no tiene, mucho pincha, poco retiene.
Soy liso y llano en extremo, y, aunque me falta la voz, digo en su cara a cualquiera la más leve imperfección; contesto al que me pregunta sin lisonja ni aflicción, y si mala cara pone, la misma le pongo yo.
