Los siete son hermanitos
y viven un solo día:
cuando uno nace otro muere,
y así se pasan la vida.
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Me hallo en los escritorios y en las casas comerciales, todos me miran quien soy para ver lo que contengo. Mis días están contados y el día que voy a morir ya se sabe de antemano.
Dos hermanas en la plaza, ambas marchan a la par, si una da doce vueltas, la otra una, nada más.
Doce señoritas en un mirador, todas tienen medias y zapatos no.
Nos llegan muy de mañana y se van mucho después, regresan cada semana y cuatro veces al mes.
Todos me esperan pero nunca llego, porque cuando llego yo desaparezco.
Una cara con dos manos pegada está a la pared. Antes de un minuto, hermanos, ¿sabréis decirme quién es?
Para unos soy muy corto; para otros, regular; para los tristes muy largo; para Dios, la eternidad.
De siete en siete vamos cogiditos de las manos.
Doce son los hermanitos, uno es el benjamín, siete son los mayorcitos y los cuatro restantes los más pequeñitos.
Cuando apenas he nacido, mi vida se acaba al punto; aunque no soy el primero, lo sigo por todo el mundo.
