En el cielo soy de agua,
en la tierra soy de polvo,
en las iglesias de humo
y mancha blanca en los ojos.
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Sin vacación en sus cursos, al principio son pequeños, suelen nacer en montañas y morir de marineros.
Son mis colores tan brillantes que el cielo alegro en un instante.
Viene del cielo, del cielo viene, a unos disgusta y a otros mantiene.
Un convento bien cerrado, sin campanas y sin torres y muchas monjitas dentro, preparan dulces de flores.
Es tan humilde y tan buena que hasta se deja pisar; para el almuerzo y la cena la vaca la va a tomar.
Alto, alto, como un pino, pesa menos que un comino.
Hay un hijo que hace nacer a la madre que le dio el ser.
En mí se mueren los ríos, y por mí los barcos van, muy breve es el nombre mío, tres letras tiene no más.
Alas de mil colores y se pierden entre las flores.
Lomos y cabeza tengo y aunque vestida no estoy, muy largas faldas mantengo.
