En el cielo soy de agua,
en la tierra soy de polvo,
en las iglesias de humo
y mancha blanca en los ojos.
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En el campo soy hallada y al fuego alimento. Donde quiera que soy llevada, es para darme tormento.
Aparece por delante, por los lados, por la espalda, te descuidas un instante y te levanta la falda.
Son mis colores tan brillantes que el cielo alegro en un instante.
Nicanor tenía un barco y con él surcaba el río; ¿era este un barco pequeño o este era un gran navío? Lee despacio, Encarnación, y hallarás la solución.
En el cielo soy de agua, en la tierra soy de polvo, en las iglesias de humo y mancha blanca en los ojos.
Nazco en lugares abruptos sin haber tenido padre y conforme voy muriendo va naciendo mi madre.
Hay un hijo que hace nacer a la madre que le dio el ser.
Viene del cielo, del cielo viene, a unos disgusta y a otros mantiene.
Nazco y muero sin cesar; sigo no obstante existiendo, y, sin salir de mi lecho, me encuentro siempre corriendo.
Desde el día en que nací, corro y corro sin cesar: corro de noche y de día hasta llegar a la mar.
